samedi 1 octobre 2016

Inhotim, la utopía frente a la realidad

30 de septiembre de 2016, por Lunettes Rouges

(artículo original en francés, aquí)





Cildo Meireles, Desvio para o vermelho II Entorno, 1967 1984





De repente el asfalto se hace más suave bajo las ruedas de nuestro auto, la carretera está menos desbaratada, no más lombadas intempestivas (policía acostado en portugués del Brasil); no más casas mitad en ruinas mitad en construcción, no más urbanismo totalmente anárquico, no más anuncios para pitonisas o iglesias evangélicas, no más muchachitos corriendo por todas partes.   De repente, una vez pasados los guardias armados en la entrada, nos encontramos en otro Brasil, sin caos, sin pobreza, sin desorden, sin corrupción (bueno, casi), un Brasil rico, tranquilo, sereno, lo contrario del Brasil cotidiano real : aquí, todo no es sino orden y belleza, lujo, calma y voluptuosidad. Bienvenidos a Inhotim. Este conjunto de 2000 hectáreas en el centro del país es ante todo un jardín inmenso (Libération había intitulado su artículo "Colección de hectáreas contemporáneas") en donde se han implantado construcciones que contienen obras de arte y esculturas al aire libre. Es el museo al aire libre más grande del continente, incluso del mundo. Es el cumplimiento del sueño megalómano de un hombre de negocios autodidacta que habla sin rodeos y que tiene cierta reputación, Bernardo Paz, que se enriqueció con la explotación intensiva de las minas de la región y que dice él mismo "no tengo pasión por el arte pero me gustan los jardines" y "no entiendo el arte, no entiendo a Picasso".  






Matthew Barney, De lama lamina, 2009



Además del tamaño desmedido del lugar lo que impresiona es la posibilidad de ver instalaciones de gran tamaño que en general, una vez que se muestran se desmontan y terminan desmontadas en reservas; algunas fueron hechas especialmente para el lugar. 22 esculturas de gran tamaño al aire libre, 17 galerías dedicadas cada una a un artista y otras seis para exposiciones colectivas, y todo está repartido en la fazenda, se necesitan por lo menos dos días para visitar todo (1), y más si a uno le interesan también las 400 variedades de palmeras y otras prodigalidades botánicas. Sin olvidar a los 1000 empleados cuya mayoría fue contratada localmente, son más o menos uno por visitante diario. ¿ qué sobresale del conjunto ? Una colección contemporánea bastante disparatada, 50% brasileña y 50% resto del mundo. Prácticamente solo hay grandes nombres, falta audacia y riesgo (por ejemplo, a pesar de que el director de Inhotim es el curador de la Bienal, no hay ningún artista en común, salvo error : un universo diferente, aquí la consagración y allá la innovación); de los 80 y pico de artistas del catálogo, solamente cuatro tienen menos de 40 años (como Dominik Lang, 36 años, de quien hablaré, una de mis únicos descubrimientos de peso aquí). 




Cildo Meireles, Atraves, 1983 1989




Antes de hablar en una futura reseña, de las obras más impresionantes, quisiera primero mostrar aquí, cómo, en este universo tan protegido, tan alejado de la complejidad del país, ésta última puede irrumpir y anclarse en la realidad gracias a los artistas. La imagen arriba está al extremo de una instalación de Cildo Meireles (que ya vimos aquí), Desvio para o vermelho : Impregnaçao & Entorno, en donde todo es rojo : al extremo, una botellita derrama en el suelo un chorro inmenso rojo, sangre de las víctimas o contaminación minera, y un chorrito de agua sale por un grifo. También la instalación Através (aquí arriba), para la cual he vuelto a tomar mi texto de 2009 : "Through (A través) es una instalación inmensa que hay que describir en tres tiempos : primero, podemos a cada paso pisar ruidosamente el vidrio molido e ir destruyendo todavía más la obra de una forma, lo confieso, que se disfruta (pero al principio, solo en la sala, no me atrevo, le pido permiso al guardia). Se siente el peligro, se puede transgredir una prohibición, se rompen los obstáculos. Luego, ante nosotros, barreras transparentes organizadas en seis cuadrados de homotecia me bloquean la vía más no la vista; son barreras, enrejados, cortinas de perlas, persianas, rejas, cortinas para ducha, alambres de púas, paredes de vidrio y acuarios en los cuales los peces también son transparentes. Y el espectador intenta avanzar en ese falso laberinto, lo rodea, lo evita, navega entre los obstáculos, al tiempo que pisotea alegremente el vidrio del suelo. En fin, en el centro, iluminada con violencia, una enorme bola de celofán arrugado, de un radio de por lo menos un metro, se volvió opaca con el efecto de densidad. Uno se imagina el chirrido, la sinfonía que debió acompañar su construcción, su arrugamiento. Es el ídolo en su sancta sanctorum, el arca sagrada hacia la cual intentamos avanzar pero a la que no podemos acercarnos más, sol blanco, metáfora del universo. Acabamos de experimentar lo prohibido y lo permitido, el sí del guardia y el no de las barreras, la diferencia entre la mirada libre y el tacto obligado, y se encuentra uno ante una verdad inasequible y mística."





Chelpa Ferro, Jungle Jam, 2016




Igual de perturbadora (segunda imagen, arriba) es la obra De Lama Lâmina, de Matthew Barney instalada en un pabellón geodésico perdido en el bosque : un tractor inmenso que utilizan para derribar la tierra en las explotaciones mineras, mantiene entre sus garras un árbol arrancado. Aunque la alusión a las orixás no parezca clara, podemos ver también que se evoca el pasado minero del dueño del lugar. Vemos una dimensión crítica en la instalación Jungle Jam del insolente trío Chelpa Ferro (bonito descubrimiento), en la cual ordinarias bolsas plásticas de supermercado son los elementos de una sinfonía de inflamientos, chirridos, chasquidos, expiraciones y estallidos, como contraste consumista a la obra de Janet Cardiff.




Chris Burden, Beam Drop Inhotim, 2008





Otro lugar en donde el caos nos agarra, está en la parte alta del parque, una escultura de Chris Burden (de quien además una sala documenta 
las performances ), Beam Drop Inhotim : es lo que queda de una performance durante la cual durante doce horas, desde lo alto de una grúa de 45 metros, el artista soltó 71 viguetas de hierro en una cavidad llena de cemento líquido. Las viguetas se clavaron en el cemento con inclinaciones y profundidades diferentes, el conjunto es perfectamente caótico, marcado con una violencia controlada : le hace eco, la vemos a lo lejos, la ciudad vecina, y la escultura nos recuerda el desorden lejano, mantenido a distancia pero imposible de ignorar. Más arriba Burden instaló un búnker-garita hecho con sacos de cemento, y que falsamente llama colmenar, ninguna abeja podría hacer su miel en este instrumento de vigilancia y de represión por encima de la cuidad de viguetas.  





Carlos Garaicoa, Ahora juguemos a desaparecer II, 2002





Aunque las oficinas de arquitectura que trabajaron en Inhotim son muy diversas (se les dedica lo esencial de la guía de visita), encontramos aspectos comunes en la gran mayoría de los pabellones, dicho sea de paso, son espléndidos : un aspecto de búnker, cerrado, obtuso, sin ventanas, en los cuales se entra por corredores oscuros que se hunden en la tierra o en la construcción, y después de una traba, descubrimos de repente la obra en todo su esplendor, como en un lugar sagrado en el cual el fulgor revelado debiera provocar la admiración. Solamente los pabellones de Tonga, abiertos hacia el exterior y el bosque, y el de Doug Aitken, hecho específicamente por el artista mismo y no por un arquitecto se diferencian de esa norma de puesta en escena que conduce a descubrir maravillado. Dos artistas critican esa arquitectura controlada y aséptica : primero Carlos Garaicoa quien, en una antigua granja igual de oscura destruye con fuego edificios de cera, lenta evolución hacia la ruina y mirada desesperada sobre la arquitectura (Ahora juguemos a desaparecer). 





Cristina Iglesias, Vegetation Room Inhotim, 2010 2011





Después el pabellón de Cristina Iglesias, Vegetation Room Inhotim, perdido en el bosque al fondo de un camino : sus paredes son espejos que reflejan los árboles alrededor, y por ello es apenas visible, un simple eco de su entorno. Las paredes tienen tres aberturas por donde podemos penetrar en una falsa selva interior de resina y fibra de vidrio, de un verde enfermizo y triste : espléndida oposición entre naturaleza y cultura, entre modelo e imitación, entre verdad y representación, crítica del arte y arte de la crítica. Obras que entusiasman en un universo demasiado consensual.


(1) Para ser preciso, no pude ver tres de las galerías, Doris Salcedo (cerrada), Valeska Soares y Claudia Andujar por falta de tiempo.

Fotos Meireles, Iglesias y Burden del autor


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